El canto de los brujos
Chamanismo, selva y narrativa en Las tres mitades de Ino Moxo de César Calvo
- 20-02-2021 -Ino Moxo se lee como se recuerda un viaje, o varios viajes a un mismo lugar, combinando las escenas de manera aleatoria, confundiendo el orden de algunos acontecimientos, pero siempre con la certeza de que ese conjunto de recuerdos pertenece a un lugar preciso, que nos dejó, por algún motivo que no entendemos, una huella. En Ino Moxo ese lugar es la selva amazónica, cruce de desmesuras humanas y divinas.
Publicada por primera vez en 1981, en Perú, y traducida en su momento al italiano y al inglés, esta única novela del poeta César Calvo tiene su origen en la brutal explotación del caucho en la región amazónica entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Las poblaciones indígenas de la región, utilizadas como principal mano de obra, fueron diezmadas en pocas décadas por lo extremo de las condiciones de trabajo, además de los abusos y matanzas realizadas por los caucheros. Las tribus que lograban oponer resistencia se enfrentaban a un combate desigual. La ventaja del plomo sobre las flechas y cerbatanas era imposible de remontar. Para vencer a los mercenarios blancos había que usar sus armas. Pero estaba prohibido a los indios comprar armas de fuego. En ese contexto el jefe y brujo de la nación amawaka decide secuestrar al hijo adolescente de uno de los caucheros. Ese adolescente, renacido entre los indios, se encargará, ya hombre, de conseguir las armas, de enseñarles a los amawakas a usarlas y de liderarlos en el combate. Ese adolescente, ya anciano, será un poderoso y célebre brujo al que habrá que ir a buscar para entrevistar, para que cuente su historia. Ese adolescente, como indio, es rebautizado Pantera Negra, en idioma amawaka: Ino Moxo.
La novela, entonces, es el viaje a través de la selva en busca de Ino Moxo, de su historia y su sabiduría. Con eso alcanza para tener un relato prometedor. Pero hay algo más, el viaje es también una toma de ayawaskha. O varias tomas de ayawaskha guiadas por varios brujos, don Javier, don Hildebrando, don Juan Tuesta y Juan González, quienes van marcando el ritmo del relato y haciéndolo arborecer en otros relatos, sueños y mitos de las culturas amazónicas.
Tres linajes y algunas digresiones para Ino Moxo. El primer linaje es el de las textualidades chamánicas, constelación a la que pertenecen desde Mircea Eliade hasta Carlos Castaneda. Ino Moxo podría ser, en el sentido estético, la obra cumbre de esa literatura, o una de sus cumbres, al menos. Se trata de una novela, de un libro de historia, uno de mitología, de una crónica, de un extenso poema que por momentos adquiere matices metafísicos, en fin: de un libro de viajes. Al escribirlo Calvo no buscó vender al chamán ni reivindicarlo como contrafigura de la cultura occidental, sino más bien mostrarlo, o mostrarlos porque los brujos son muchos, en una experiencia de lectura que se asemeja, en la medida en que el artificio literario lo permite, al modo chamánico de sentir el universo. No explicar, no defender, más bien dejar hablar o construir la posibilidad de una escucha.
Por otra parte, en tanto que novela única de un poeta, Ino Moxo calza justo en la definición de lo que Roberto Bazlen llamó el libro único, aquél que no es producto de una labor en serie, que no está escrito por oficio, sino que es irrepetible, resultado del contacto de ciertos vértices de la experiencia humana cuya coincidencia ocurre una sola vez. Por poeta, Calvo resulta ser el más adecuado narrador para Ino Moxo, puesto que su oficio lo predispone a captar la vibración de una cosmología basada en las interrelaciones y las reciprocidades. Diestro en el manejo de las palabras, en la invención verbal, en la oralidad de un castellano mojado en lenguas americanas, el autor encuentra en esta historia y estas voces el contenido justo para que su talento no se vuelva mero malabarismo.
Otro aspecto que vale la pena retener, el de los posibles vínculos entre chamanismo y narrativa o al menos entre chamanismo amerindio y narración moderna. La idea es menos loca de lo que puede sonar al principio. Si se tiene en cuenta que el chamán tiene la capacidad de desplazarse en distintos planos de la realidad, adquiriendo perspectivas diferentes a la suya, el nexo con el arte del narrador no es rebuscado, puesto que la elección del punto de vista, es decir de la perspectiva desde la cual se cuenta una historia, es una de las primeras decisiones que se toman en una narración. Los brujos, capaces de salir de sus puntos de vista para adoptar otros, capaces de ver desde los ojos de un animal, o de hacer que la perspectiva del animal los atraviese, pueden ser narradores excepcionales. La narración en primera persona de un brujo, o de alguien que narre como brujo, puede hacer de un sola voz un tejido de voces.
El segundo linaje es regional. Las tres mitades del título, que atacan el pensamiento binario, dada la imposibilidad de que las mitades sean tres, al mismo tiempo son las tres regiones del Perú: la costa, las montañas y la selva. Muy universal y muy peruana es entonces esta novela. La narrativa indigenista peruana y latinoamericana forman otra rama de su árbol genealógico. José María Arguedas es directamente invocado en un capítulo. Y la relación conflictiva de los pueblos amazónicos con el imperio inca también tiene su lugar en la historia. Por otra parte, la serie de novelas de Manuel Scorza, también peruano, también poeta devenido narrador, se deja leer en combinación con esta historia. El tercer libro de la saga de Scorza está dedicado a Cérsar Calvo, a quien le agradece porque me ayudó a encender el poncho de Agapito Robles.
Las masacres realizadas en los Andes centrales, sobre las que escribe Scorza, y las ocurridas en selva amazónica, sobre las que escribe Calvo, son reales en el sentido histórico del término. Pero ninguna de las dos obras se agota en el testimonio. Ambas conjugan denuncia y maravilla gracias a la mediación de lo poético. Aunque en cada caso lo poético funciona de distinta manera. Mientras que para Scorza lo poético es sostén de la narración y punto de contacto con el realismo mágico, para Calvo es apertura hacia una concepción filosófica. Es posible que la mayor distancia en el tiempo con los acontecimientos, le haya dado a Calvo la posibilidad de complejizar más el juego y de ser menos baja-línea que Scorza. Porque en Ino Moxo lo poético no funciona de manera lineal, las imágenes no aluden a una sola cosa. No es el tipo de relación A = B sino más bien A = B, C, D… Las tres mitades del título, por ejemplo, son también, además de lo dicho más arriba, las tres nacionalidades del personaje Ino Moxo, que es un adolescente de origen mestizo, mitad blanco mitad quechua, “nacionalizado” después como amawaka. Así, cada uno de los símbolos que despliega el libro se desplaza simultáneo en más de un sentido. Siempre hay máscaras detrás del rostro y siempre es posible un desplazamiento más, porque lo poético es testimonio del desplazamiento. 'Saber que todos esos genocidas eran humanos', dice Ino Moxo,'me dan ganas de nacionalizarme culebra'.
Por último, queda mencionar lo que se dijo al comienzo, como le gustaría a Ino Moxo: la selva. Como todo relato de la selva, y más aún de un viaje a lo largo de la selva, Ino Moxo se inscribe en un tercer linaje. Ahí están, por mencionar algunos ejemplos, Los Pasos Perdidos de Carpentier en el Orinoco, pero más aún, La Vorágine de José Eustasio Rivera, también amazónica y cauchera, y el Corazón de las Tinieblas de Conrad.
Ante este linaje Ino Moxo es portador de una antigua novedad. Hay aquí un desplazamiento del símbolo de la selva, caracterizada habitualmente como espacio del caos y la violencia, la confusión y lo salvaje en tanto que opuesto a lo civilizado. Aquí la selva no se opone a la cultura o la civilización, sino tan sólo a un tipo de cultura. Tampoco es signo de caos o confusión. Frente a la selva oscura y destructora de Conrad y de Rivera, la Amazonía de los brujos se despliega intensa y amable. Es selva creada, puesto que los indios mediante la quema renuevan la tierra para hacerla fecunda, según una técnica milenaria que la ciencia moderna comprendió recién en las últimas décadas. Es selva que no destruye la identidad, sino que la exhibe en su verdadero rostro de raíces y nervaduras.
No se pierden, entonces, los personajes en este libro, ni enloquecen, ni son devorados por bestias u hombres bestiales. Aunque unas y otros estén presentes en la espesura. Aquí lo que se pierde es el racionalismo, no la razón. Y lo que muere lo hace tan sólo para continuar el viaje
Notas
La reseña está hecha a partir de la edición de Peisa, Bolsillo, 2015.
La imagen de la portada está tomada de la serie Inéditos del libro de León Ferrari, Planos y Papeles, Ediciones Licopodio y La Libre, 2020.